Termómetro de la espiritualidad
Podemos considerar a la conciencia como defensora de la fe agradable a Dios. Al sentirse herida, ella reacciona en el corazón, golpeándolo como señal de reprobación.
La conciencia opera de forma individual como termómetro de la espiritualidad cristiana. Así, buscar la buena conciencia es muy importante para la salvación eterna. Si el cristiano no se preocupa con la mala conciencia y convive con ella, aún cumpliendo otras obligaciones religiosas, es cierto que tarde o temprano naufragará en la fe y perderá la salvación, como les sucedió a Himeneo y Alejandro, compañeros del apóstol Pablo: “manteniendo la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos, de los cuales son Himeneo y Alejandro…” (1 Timoteo 1.19-20).
De forma un poco tosca, podemos comparar la conciencia con el hígado. Cuando se ingiere algún alimento nocivo, el cuerpo inmediatamente manifiesta desagrado, provocando malestar y dolor de cabeza. Así es la conciencia humana: cuando se actúa de forma contraria a los principios de la fe cristiana bíblica, después hay una reacción. De la misma manera como el dolor físico da señal de que algo no está bien, así sucede con la conciencia humana. Podemos considerarla como defensora de la fe agradable a Dios. Al sentirse herida, ella reacciona en el corazón, golpeándolo como señal de reprobación. En el caso de que sus señales de alerta sean siempre ignoradas, la conciencia puede volverse insensible y cauterizada. La buena conciencia deja libre el camino para el ejercicio y las conquistas de la fe. Ésa es la principal razón por la que no todos los que creen en Dios son beneficiados como deberían. Cuando la conciencia acusa algo errado, la duda inmediatamente entra en acción.
Y es por ahí que el diablo ha atacado a la iglesia del Señor Jesús, soplando pensamientos acusadores, cobrando supersantidad, en fin, intentando manchar la conciencia para impedir el ejercicio de la fe viva.
Si somos acusados por nuestra conciencia cuando actuamos equivocadamente, tendremos la garantía de que, si confesamos nuestro pecado, Él será fiel y justo para perdonarnos, y la sangre del Señor Jesús “...limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? (Hebreos 9.14).Dios los bendiga a todos.
Podemos considerar a la conciencia como defensora de la fe agradable a Dios. Al sentirse herida, ella reacciona en el corazón, golpeándolo como señal de reprobación.
La conciencia opera de forma individual como termómetro de la espiritualidad cristiana. Así, buscar la buena conciencia es muy importante para la salvación eterna. Si el cristiano no se preocupa con la mala conciencia y convive con ella, aún cumpliendo otras obligaciones religiosas, es cierto que tarde o temprano naufragará en la fe y perderá la salvación, como les sucedió a Himeneo y Alejandro, compañeros del apóstol Pablo: “manteniendo la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos, de los cuales son Himeneo y Alejandro…” (1 Timoteo 1.19-20).
De forma un poco tosca, podemos comparar la conciencia con el hígado. Cuando se ingiere algún alimento nocivo, el cuerpo inmediatamente manifiesta desagrado, provocando malestar y dolor de cabeza. Así es la conciencia humana: cuando se actúa de forma contraria a los principios de la fe cristiana bíblica, después hay una reacción. De la misma manera como el dolor físico da señal de que algo no está bien, así sucede con la conciencia humana. Podemos considerarla como defensora de la fe agradable a Dios. Al sentirse herida, ella reacciona en el corazón, golpeándolo como señal de reprobación. En el caso de que sus señales de alerta sean siempre ignoradas, la conciencia puede volverse insensible y cauterizada. La buena conciencia deja libre el camino para el ejercicio y las conquistas de la fe. Ésa es la principal razón por la que no todos los que creen en Dios son beneficiados como deberían. Cuando la conciencia acusa algo errado, la duda inmediatamente entra en acción.
Y es por ahí que el diablo ha atacado a la iglesia del Señor Jesús, soplando pensamientos acusadores, cobrando supersantidad, en fin, intentando manchar la conciencia para impedir el ejercicio de la fe viva.
Si somos acusados por nuestra conciencia cuando actuamos equivocadamente, tendremos la garantía de que, si confesamos nuestro pecado, Él será fiel y justo para perdonarnos, y la sangre del Señor Jesús “...limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? (Hebreos 9.14).Dios los bendiga a todos.
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